El azúcar se compra el lunes

Son como cuatro pájaros que no han sido estudiados los que vuelan sobre mí, se mueven como si supieran que los sigo con ritmo. Voy entre sus alas frágiles y voy calculando la distancia que recorro cuando soy los pedacitos de nube que se despedazan como ladrillos. Soy el polvo de ladrillo por defecto y las migajas de algodón que no rebotan. Vamos entre murales con rostros vencidos y guardamos elefantes en el bolsillo, encontramos una veintena de bailarinas rusas, un circo sin luces que anuncia precios bajos por el megáfono que sostiene el payaso más triste del mundo, más triste que aquel de aquella balada de trompeta, vamos regando polen sobre el vidrio picado tentando al surrealismo y que como fuese que crecieran de allí pistilos vírgenes para no tomar más este camino ligero, oscuro y lleno de zanjas puestas allí para joder a los personajes. Voy con el abecedario que no sacó la elle ni la che, voy detrás del caballo que descartaron para el papel de Rocinante, voy porque olvidé que uno tras otro los trenes van cargados de azúcar y el ferrocarril en algún momento podría ser un gran pastel alargado y a pesar del carbón en mis uñas meto el dedo en la torta. 

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