Cartas a mi abuelo

Tinta por regueros

Te escribo con el sabor del viento frío en los labios. Te escribo con el corazón reseco y los ojos color ceniza de volcán. Te escribo entre paredes muy blancas, un afiche del circo en la calle que pegué torcido pero que sigue todos mis movimientos. Te escribo desde una postal de New York lluviosa que bosqueja el alma en carboncillo, eso que sabías hacer con la vida. Te escribo con las tablas del patio y los pollos que Bruno olfatea desde la puerta. Te escribo en los semáforos de acuarela rumbo al trabajo. Te escribo en el barranco que atravieso cuando ahorro y te escribo en las busetas azules que casi siempre van solas. Te escribo en la nieve que logro cuando amanece despejado y te escribo en las hierbas de limón de las mañanas. Te escribo en la sábana de cuadros y la almohada que apenas alcanza a cubrir la cabeza y los sueños que se me quedan por fuera y los siento esconderse debajo de la cama y desde ahí te escribo también. Te escribo desde el armario que ya no existe y la ventanita que dejé atrás con don Octavio que con su mirada triste me sigue hablando de ti. Acércate más que el vaho es más grueso aquí, acércate que acá el frío repinta los malos ratos. Disuélvete más en mis tardes, piérdete en calles más cercanas a las mías, píntame de un color más ameno los pasos y exhálame sin filtro y sin remordimiento que ya te fuiste y te quedaste en todas las ciudades donde se me va cayendo el pelo y la sangre. 

Te escribo desde entonces y me lees desde entonces. ¿No es cierto?

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