La puerta que separa los amantes.


EPÍLOGO.

Agachó su cabeza a la altura de ella y contó después de cada beso: uno...dos...tres...cuatro...cinco...seis...siete...ocho...nueve.

No será sólo eso - le dijo.

Un 27 que olvidó. Uno más pensaba ella.

VOZ INTERNA 2.
Debiste haberlo recordado.

VOZ INTERNA 1.
Siempre dices lo mismo.

VOZ INTERNA 2. (Tono severo)
Y parece que tú siempre haces lo mismo.

VOZ INTERNA 1. (Tono no severo)
Lo dices como si fuera un acto premeditado. También es tu culpa.

VOZ INTERNA 2. (Resignación)
¡Qué maduro! Dime una cosa, ¿la amas?

VOZ INTERNA 1 (Tono severo)
¿Ahora dudas de lo que sentimos?

VOZ INTERNA 2 (Nada parecido a resignación)
No me cambies de tema. ¿La amas?

VOZ INTERNA 1. 
Sí. La amo. 27 veces.

VOZ INTERNA 2.
Deja de hacerte el invisible. Te puedes acostumbrar a no verte, pero no le puedes pedir lo mismo a los demás.

VOZ INTERNA 1.
Debo escribir eso en alguna parte. Repítelo.

VOZ INTERNA 2.
Olvídalo, iré a besarle por ambos.

VOZ INTERNA 1.
Iremos, dirás.

VOZ INTERNA 2.
No. Tú eres bueno escribiéndole, yo soy bueno amándola.

(Se oye el sonido de una puerta)

PRÓLOGO.

27 es la descomposición de una nube, es la escalera que pasa debajo de una persona, es la novena sinfonía, la sumatoria de fuerzas, la respuesta desesperada a una pregunta desesperada. 27 son las veces que te amo, que te olvido y que te doy la espalda. 27 es la madera, es la idea creadora. 27 es un número impar celoso y egoísta, cargado, huidizo y rebelde. 27, no 26, fueron las veces que volamos haciendo el amor. 27 somos cuando robamos ecuaciones ajenas y luego decimos que son propias. 27 son los metros que nos dimos para ser cometas, los pasos que nos separan del cielo cuando corremos, las leguas que apartan los tiburones de nuestra vista. 27 son los malos entendidos pero 27 también son las formas en que entendemos que entendernos no se acerca todavía a lo maravilloso que ha sido encontrarnos. 



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