Cartas a mi abuelo

Justo a tiempo...

Nos encontramos en un café imaginario cerca de la esquina que sólo existió en uno de tus lienzos. Me contaste lo bien que la estás pasando y hablaste acerca del tinto que preparan allá arriba. Prendiste un cigarrillo y por un momento pensé decirte que no podías hacerlo, pero es absurdo, no puedes morir dos veces. 

- Tu barba está intacta y tus manos... cálidas como siempre. Te extrañamos.

(silencio) 

(sonido de una pluma pintando una servilleta)

- ¿Usted me está hablando mijo?

- Sí...cómo se siente estar muerto...¿duele?

- No, no duele. Se siente liviano. Pinto sobre las nubes, tomo tinto con Nietzsche y a veces se arrima Rimbaud. 

Y ya no estaba en el café, estaba en medio de un diluvio de la mano de ella. Íbamos vestidos de azul oscuro pero no parecíamos desteñidos, sólo dispuestos. En frente nuestro, estabas tú. En la mitad de una carretera interminable. Caminamos hacia ti. 

- Con ella es que invento cosas, es como una cometa pero sin piola y sin dueño y huele a viento sureño y agua dulce. 

- Mucho gusto, Antonio.

...

Lo bueno de escribirte es que sobran los pretextos. Lo bueno de amarte es que sobran las razones. Por estos días lluviosos sí que me han hecho falta tus abrazos. A veces entro con prisa a casa con la esperanza de verte fumando en la sala mientras esperas un tinto, pero me desilusiono al ver que no hay rastro del cigarrillo, ni del tinto, ni de ti. 


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