...y comenzó digamos en una ciudad sin gravedad

Pasé de una cometa a un bus y luego al andén, caminé por el arcoiris y luego por los ojos de una gitana, moví las escaleras al pantano y entré y salí diez veces del prostíbulo de labios y labiales. Atrasé los minutos de la espera y rayé las paredes abandonadas de una mansión de duendes, besé cuatro pezones y mi lengua soportó la saliva de una sirena. Anduve en el sexo ajeno por doce minutos y me hice pasar por descendiente de un cineasta francés. Alegué con un comediante mudo y me rasqué los ojos al despertar en la primera escena desagradable de una película gore. Leí la sinopsis de un libro sobre romances del medioevo mientras prendía un porro que olía a sangre, vagina y semiótica. Calcé los deseos no confesados de un psicópata, robé las notas de un abogado y marqué el triple seis para asegurarme del hallazgo. Noté la tensión de una ventana entreabierta que dejó escapar sombras para mayores de 18, calculé la intensidad de un gemido en decibeles, insistí en que me entregaran el manual procedente del matriarcado y no obtuve el permiso para conocer a los hijos que tuve en el universo paralelo donde fui músico, apuesto y políglota. Maximicé un detalle y pude entender una neurona esquiva y borracha haciendo un monólogo sobre las manzanas acarameladas. Llamé a la línea 01 8000 y pedí ayuda para un pez payaso que se quedó sin colores y me remitieron al departamento de dudas frecuentes pero el gerente dejó claro que no les correspondía esa jurisdicción. Le colgué y estallé en la mitad de un asalto bancario con un tenedor, en el instante preciso en que servían un corazón de vaca en el banquete y en el instante siguiente de un derrame cerebral a causa de tomarse las cosas en serio...

...y terminó digamos en una ciudad donde las señales de tránsito eran personas. 

Comentarios

Entradas populares