Las dos caras del durazno.


Te miré y supe que no eras una diosa,
te estudié y no encontré ningún asomo de perfección,
puedo decirte que te besé pero no sentí nada.
Puedo confesarte que eres lo que no soñé,
lo que no he visto a través de la lluvia,
ni el hormigueo del almíbar en el paladar.

Llegaste con coronas prestadas,
con ángulos insospechados y medidas justas,
me sacaste las palabras separadas por sílabas 
y luego me diste pinceladas con tu lengua.
Me confesaste que era la barca de colores 
que se te cruzaba al cerrar los ojos,
 lo que sentías cuando la lluvia te elevaba los talones,
la glucosa que te zigzagueaba desde allá abajo.


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