Una cometa y un trapecista.

Iba por la cuerda floja a diez mil pies de altura y le había advertido que él no era trapecista y que no sabía volar. Y le pasó lo que pasa a la gente cuando cree que puede cambiar el mundo sólo porque los peces se tragaron todo el mercurio del mar: se cayó. Cayó sin más de donde agarrarse, cayó al concreto con una explicación a regañadientes y unas palabras de desesperación.

La gravedad no se va con rodeos y los rodeos son la manera que inventamos para que las caídas duelan menos. Menos que un pestañeo, menos que desaparecer, menos que escapar del aire que se comparte. Compartir una derrota y tratar de suavizarla diciendo hey yo no quería que esto pasara, hey disculpa si no fui lo que esperabas, hey créeme fue una decisión difícil, hey no quisiera que este fuera el final, hey ven acá y me das un abrazo, hey no quiero decir adiós, hey no te puedo mirar ni a los ojos.

Lo bueno es que caerse es como respirar, lo no tan bueno es que respirar se hace por inercia y lo malo es que la inercia no es una cualidad del trapecista. 

Pero debes perder cuidado porque acaba de llegar agosto. Estamos en las primeras horas de vientos que vendrán como promesas, vientos sureños con olor a caña de azúcar. En el aire sólo vivirá un armazón de tela y piola, sólo una cometa maltrecha que llevará la marca del último beso. Y recuerda...para ser cometa no hay que ser trapecista.


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