Un dos tres por nadie que está contando

Capítulo I: El escondite no me lo explicaron así

Atascado salió a buscar algo en la calle, algo para esconderse en la soledad de un anden despicado, algo para animarse por la constancia de una lámpara que titilaba sin dejarse morir. Sólo encontró a su sombra y siguió caminando. El mundo no se movía. Estaba estático hacía unos años. Sentía que estaba desorientado. Sentía que todo se debía a que no podía hablar mandarín con fluidez, a que nunca pudo encontrar una mujer que le hiciera cosquillas detrás de las orejas en las tardes grises, a que su padre nunca entendió que él no quería ser ingeniero, a que todavía pensaba que había alguien debajo de la cama y a que odiaba los pelos de las mujeres en el sifón. 

Entró a una tienda y compró una maquina de escribir y escribió y escribió y escribió durante cuatro  noches seguidas sin café sin energizante sin sueño pero con sueños y nunca pensó que debía llamar a su madre a felicitarla en el día que el mercado les regaló para tratarlas bien por un día y escribió y escribió y cuando dejó de escribir tenía 200 hojas manchadas y frescas y las escondió debajo de la cama después de limpiar el sifón después de decirle a su padre que le importaba un culo la ingeniería y que él siempre quiso ser músico y fumar marihuana con su perra Sofía y buscó en el directorio el teléfono de cualquier mujer que se llamara Adriana y la llamó pero no estaba entonces le dejó la razón de que esperaba que ella pudiera ser la mujer que le hiciera cosquillas detrás de la oreja mientras él aprendía mandarín a distancia con un chino norteamericano radicado en Canadá. 

Encontró una pared libre y se cunclilló.

Un dos tres por mí, un dos tres por los delfines rosados, un dos tres por el dolor de estómago, un dos tres por mí porque ando atascado en la zanja donde se atascan los escritores cuando pretenden escribir algo que valga la pena pero lo mejor que pueden hacer es escribir horóscopos, un dos tres por el árbol de flores azul aguamarina que no tengo al frente de mi casa, un dos tres por la bicicleta que vendí mal vendida, por el violín que toco cuando me creo violinista, un dos tres por los violines robados de la casa del señor que insultó a mi abuela, un dos tres por el oye cierra la puerta con seguro para que no entre nadie, un dos tres por uno dos tres da 15.129 y ese número no tiene nada que ver conmigo y tal vez sea el baloto que nunca me gane y un dos tres por lo que haría con la plata, un dos tres por las máquinas de escribir viejas, un dos tres por mi abuelo que está en el cielo y desde allá se fuma su cigarrillo y habla en alemán y francés con Dios y le explica porque Nietzsche era ateo y un dos tres por Dios a ver si así sale de su escondite, un dos tres por el mar que a veces es un señor ahí todo reservado que nunca habla pero siempre escucha y a veces es una delicada señorita de delicados tobillos con la que me casé porque nunca me presiona ni me persigue ni tiene puertas ni ventanas ni me espera ni me llama sólo me hace al amor a pesar de la sal y de los tiburones que rondan, a pesar de la carnada, de la visita que entró y bueno uno no tenía sino jugo de tomate de árbol, un dos tres por el jugo de mandarina que se amargó después de unos minutos, un dos tres por el olor de un libro escondido en el ático, un dos tres por la película que vi y volví a ver y lloré y volví a llorar, un dos tres por la muerte que me hace ojitos desde la esquina del frente y yo le digo espéreme que con usted hablo después, un dos tres por las mariposas que se suicidaron con la lengua, un dos tres por la lengua y el pastel gloria, un dos tres por los puntos suspensivos que se convirtieron en una película de suspenso, en una novela policíaca y en una canción desesperada. 

Un dos tres por ti.