De la serie: Cosas de mariposas y otras güevonadas.


Capítulo XVIII: Cartas a tu muerte

Por: Ana Botero


Anoche recibimos el cuerpo helado, blanco e hinchado de mi especial amigo de ojos azules. No se los vimos más porque su terrible mirada perdida en el infinito vacío de lo absurdo nos derrumbaba con la miseria de lo inerte. Sollozos y lágrimas cargadas de un dolor enloquecido me acompañan en tu muerte. Tus dulces dientesitos no se asomarán más en tus profundas y sinceras sonrisas, tan propias de un humor que nunca creímos fúnebre. Tus pequitas de jirafita divagarán en el cosmos y las hormigas estarán más cerca de ti. De las mariposas y otras güevonadas que permeaban tu mente, queda el efecto de tu sueño azul; un azul difuminado en inmensas nubes de utopía, incapaces de sostenerse tan altas, diluyéndose una y otra vez contra el terreno duro e impenetrable de la realidad.

Un soñador en esta inmundicia caótica, en este espectro de aguas estancadas, putrefactas y mal olientes. Aferrado estabas a cada idea, como si en ellas tuvieras la vida, como si con ellas pudieras detener esta apocalíptica avalancha que sigue cogiendo fuerza. Hoy no respiras, hoy no hay camino; hoy ya no duele. Las olas me tragan y yo creo que esto se trata de mí, de que nos dejes nadando en un torbellino súper potente que inevitablemente nos tragará. Tu romántica inocencia me sostiene en las llamas de un dolor mortífero. Hoy le escribo a la nada, a la fantasía, a lo bizarro. Desearía que me pudieras escuchar.

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