Cuando un domingo me rescata de los domingos

Rescato de los domingos las alergias que se curan y los recuerdos de color miel. Rescato de los domingos el olor incontrolable de los seres imaginarios, las horas del silencio cuando el lunes llegó para quedarse. Rescato vivir entre sombras seductoras, para seducir las sombreadas partes vividas como pasados violentos y convertirlos en presentes atractivos y finalmente en futuros inciertos pero interesantes.

Rescato de los domingos los besos a media luz mientras afuera esperan a uno de los implicados en el asunto. Rescato de los domingos la creación, las palabras recién horneadas en las esquinas de la lengua y en la composición de la saliva esquiva y amarga. Rescato las horas que se vuelven años y me convierten en anciano por unos instantes.

Rescato que no me falten las plaquetas, que sólo sea cuestión de que los tiempos avancen según lo predicho. Como si lo predicho tuviera opción contra lo que el tiempo no resuelve. Dejemos el asunto a los relojes y pensemos los segundos como eternidades, así sean los domingos los padres responsables. 

Rescato de los domingos la ironía de la sangre. Fluir para ser lo que uno quiere ser y hasta para caminar por encima de lo que uno no quisiera ser. Lo teñido de rojo para disimular el encontrón de leucocitos enfurecidos.

Rescato de los domingos la tímida mirada y las manos cortas. Rescato la fragancia que no abandona mis pulmones, los aguaceros cómplices, las ecuaciones balanceadas y las matemáticas puras y seductoras. 

Me rescato para empezar otra semana del calendario: controlando las ausencias, soportando la marea baja y esperando a que los labios no tengan conciencia de la locura que generan X, Y y Z, y todas las letras del abecedario cuando les da por jugar. 

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