No se detiene....

No alcanza el ritmo cardíaco. Semáforos. Retrovisores. Uno trás otro. Y venga otro de nuevo. Muchas onomatopeyas. Música aceleradora. ¡Pum! Hay una pausa. La pastilla. El color cambia. Los dolores de cabeza desaparecen. El mundo vuelve a estar bajo control. No hay preguntas que no se resuelvan antes de ser formuladas. No hay límite de velocidad. No pare de acelerar. 18 horas en un minuto. 20 días en dos horas. 2 años en 20 segundos...

Respire...(si puede)

La persona con la que fui a ver Limitless se salió a los 15 minutos. No aguantó el ritmo. Lo entiendo. 

En ocasiones sentía que el cuerpo me pedía esa pastilla para seguir allí sentado. No podía descansar, no podía detenerme. Pero podía conducir sin problemas. El volante no era problema. Tampoco las personas. Me sentía diferente. Tenía en el fondo una preocupación. Sabía que él acabaría mal y yo también. Pero acabó perfectamente. Un clímax eterno, que mutó en catarsis. Un aire que toca el instinto. Que roza el ego y le propone cosas indebidas. 

No es un orgasmo, es un alivio que no alivia. Al final el mundo sigue siendo un ecosistema que se autoconsume en la desgracia del otro. No hay paradero del bus. El metro no tiene estaciones. El control es controlado y el placer se deja corromper.

Es extraño decirlo, pero viendo esta película, me sentí drogado sin estarlo.

Una vez que entres a la sala, es como tomarse la pastilla. No hay tregua. No hay límites







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