Prevenir no es prohibir...


“Lo que defendemos quienes defendemos la
dosis personal es la libertad.
La libertad, incluso, para jodernos la vida,
si la vida nos jode y nos la queremos joder.”
Héctor Abad Faciolince

Mientras me advierte que no revele su nombre, este personaje sentando en un andén arma su ‘moñito’, como acostumbra llamarlo de cariño. Sin intención alguna a estereotipar aquellos que la consumen, su apariencia se acomoda al infundado prejuicio típico de inculto que tilda de ‘marihuanero’ a todo aquel que viste con camisas de Bob Marley, jeans raídos, tiene pelo largo y carga una mochila al hombro.

La vida del personaje en cuestión está marcada en dos partes - según dice. “Antes y después de probarla.” De la prevención piensa que es un desastre y que su situación no es de adicción, sino de armonía y paz. “¿Sí me entiende?”. – repite dos veces seguidas.

La primera vez que conoció a ‘Maria Juana’ tenía escasos 15 años, solía jugar en la cancha de arena del barrio y todavía estaba viva su madre. “Yo la quería mucho, ella era mi apoyo.”- agrega un poco nostálgico. Cuando empezó a sentir indicios de dependencia logró parar el consumo y empezar a marcar una periodicidad mayor que la habitual. Dice con voz de orgullo, ser su más importante logro. Allí, según él, se dio cuenta que la droga, a diferencia de la mayoría de las personas, no era un problema sin control.

Le pregunto con sagacidad qué piensa acerca de la penalización de la dosis personal. Respira profundo, mueve su cabeza hacia los lados y me mira con un gesto colérico. “No me dañe la noche viejo.” Omito algún comentario y pienso que el grado de indignación que posee es tan alto que es mejor evitar el tema.

Su mirada revela el ardor que le produce pensar que unos cuantos burócratas ladrones quieren prohibir las únicas alas que le permiten volar sin levantarse, reafirma la creencia que sostiene que penalizarla será violar el libre desarrollo de su personalidad y revela el comezón que le significa tener un Procurador ultraconservador como el señor Ordóñez y un Presidente adoctrinador como Uribe.
No puedo dejar de pensar que hay quienes están tan preocupados por el consumo y la penalización de la dosis, que olvidan el verdadero clímax de la historia: la prevención. Confundida vilmente con prohibición. Como si vetando cualquier tipo de consumo lograran prevenir el mismo. Ay señores, que linda utopía. Se entiende a leguas que nunca en Colombia será más importante el aumento de jóvenes adictos que el cumpleaños del BID, o que las nuevas medidas del FMI, o que la nueva rabieta del doctor Uribe.

Ya son las 11:57 p.m.; pero estoy cerca de casa y no me preocupo. Este personaje ya terminó de armar su ‘cachito’. Lo prende después de preguntarme si no me molesta. Le digo que lo haga con frescura pero que evite tirarme el humo cerca. Además de que no quiero tener que dar explicaciones en casa me molesta el olor. Se ríe y acepta. Hago lo mismo y me distancio un poco. Me cuestiona el porqué de mis preguntas, le digo que me interesan todo tipo de historias. Me dice que a él también. Le digo que el arte de contar historias es uno de los artes más antiguos de la humanidad.

Quiero conocer más acerca de su vida, pero la conversación se torna un poco difícil. Sus ojos están tan rojos como dos tomates, tan escondidos como el sótano de la Casa de ‘Nari’, tan saltones como el precio de la gasolina y tan perdidos como los diálogos entre el Canciller Bermúdez y el Presidente Obama. Sus párpados ya cedieron totalmente y sus cejas gruesas terminan por taparle aún más su mirada. De su boca despega gran cantidad de humo y sus pómulos se encogen cada vez que se da un ‘plon’.

Decido marcharme tras un apretón de manos, un agradecimiento final y una negativa ante el ofrecimiento. A lo mejor nos vigilan y no puedo arriesgarme a estar encerrado sólo por hablar con un inadaptado social, vicioso y vaya uno a saber si hasta guerrillero será.

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