Entre artistas y espectadores...

"Aprender a ver es el más largo aprendizaje de todas las artes"
Edmond y Joules de Goncourt

Con el ánimo dual de acudir al compromiso y al goce propio, bajé del bus y crucé al andén de enfrente. Una advertencia vial antecedía el evento y un imprevisto aparcadero de motos incitaba el atraer ojos fisgones.

A pesar de haber poca gente, logré ver a distancia rostros conocidos. Y seguido de un protocolario saludo, me detuve por segundos para ver un mural impregnado de ciudad y manifiesto en arte. Una mujer semidesnuda, un hombrecillo de ojos brotados y algunos mensajes en graffiti: ‘agrio-consumo’ y ‘mito urbano’, eran la composición central.

Pude percatarme de la tarima musical a mis espaldas por los ensayos de sonido correspondientes. Y más tarde me daría cuenta que cuesta abajo había una selecta venta de artesanías.

Empezó el recorrido en un primer lugar sobrio, sin excesos de ningún tipo, una casa ajustada a la ocasión y colmada de obras de arte. Cuando observaba con atención los primeros cuadros noté algunos tipos de visitantes: aquellos quienes observan una obra de arte y se dan a la tarea exitosa o no de comprender lo que un autor quiere decir, quienes disimulan ser críticos del arte con sus gestos de exclamación ante una obra que no entienden, quienes pasan de una obra a otra como las hojas de una revista de farándula, quienes les importa más el nombre de la obra que la obra misma o viceversa, quienes pretenden darle un significado isomorfo a la realidad o a su vida, y quienes salen de allí fantaseados porque creyeron que el autor los tocó con su obra.

Las obras expuestas no tenían una constante artística para referenciar, simplemente eran mensajes diversos hechos en pluma, voces puestas en pintura de colores fuertes y suaves para significar intensidad de sentimientos o de ideas. Del compendio artístico siempre me han llamado la atención aquellas obras puestas al vacío sin un título, puesto que es la forma más directa que tiene el autor de decirle al espectador que la nombre según su interpretación, es decir, al autor valora tanto a quien ve, que le da la responsabilidad de darle vida a su propia obra.

El recorrido no varió mucho cuando entré a la segunda casa, era un poco más vivaz, pero las expresiones me hacían sentir de nuevo en el primer lugar. Tal parece que era una conexión inefable, pero intenté no prestarle atención. Llegado a la tercera y cuarta casa pude darme cuenta que todos los lugares estaban dispuestos como los extremos de una cruz, como los puntos cardinales. Pensé que tal vez ese detalle no fuera relevante, que tal vez fue así más por estética que por alusión a un catolicismo perdido entre los jóvenes, y que los puntos cardinales no hacían ninguna alegoría a que es necesario una brújula para evitar perderse en el arte de la vida o en la vida del arte.

Finalizando mi estadía, se consumieron dos horas cortas. Cuando decidí marcharme la multitud hacía difícil caminar, pero logré salir al paradero de bus después de unos minutos. Cuando esperaba allí, noté que no paraba el flujo de personas, unas se van y otras nuevas llegan a reemplazar su lugar. Así que mientras observaba aquella obra en movimiento, pensaba en que aquel anuncio que decía ‘La Cuadra, puertas abiertas’ ilustraba de manera perspicaz lo que el arte es en esencia para mí: una puerta abierta a la imaginación, al sentido, al mensaje subyacente, al respiro de un recuerdo amargo, a la complejidad de los enamorados, a la fantasía de los adultos que viven siendo niños, a los niños que viven queriendo ser adultos, a la ignorancia de los jóvenes, a la experiencia de los viejos, a la belleza de las mujeres, al crítico que aporta, al criticón que incomoda, al desdichado y al alegre, al común y al corriente, al que cree amar el arte y al que lo ama sin medida, al que el arte no le dice nada y al que le dice todo, en fin, el arte para mí es como la radio para López Vigil... de difusión abierta, pero de consumo meramente subjetivo e individual.

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